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SEMEJANZAS ENTRE
CATÓLICOS Y
PSEUDO EVANGELICOS

CAPÍTULO 23

"Catedrales y Capillas"

Ambos nombres: "Catedrales y Capillas" son de origen católico. Correspondiéndoles a los edificios más suntuosos el nombre de Catedrales y a los más pequeños, dependientes de una iglesia central, el de Capillas.

Dios siempre ha manifestado su intención de morar en medio de los suyos. En el jardín del Edén, cuando el pecado aún no había tendido una barrera entre él el Santo y sus criaturas, Dios se paseaba en medio del huerto, pero cuando estos pecaron tuvo que expulsarlos de su presencia.

Toda la tierra se corrompió a consecuencia del pecado, pero esto no impidió que Dios siguiera mostrando su infinita misericordia y gran amor. Fue así como escogió de entre todas las naciones a un pueblo, el más insignificante que él formó de la descendencia de Abraham para que fuera lumbrera entre todas las naciones.

Posteriormente puso su nombre en medio de ellos, manifestándose en el Tabernáculo que les ordenó construir. Luego su presencia estuvo en el templo. Ese fue su trato directo con Israel, su pueblo terrenal.

Desde Abraham hasta Juan el Bautista, Dios les entrego leyes y ordenanzas que ellos debían cumplir en complejas ceremonias. Estas ordenanzas comenzaron con Abraham el padre de la nación de Israel.

Le ordenó a éste dos principios básicos que luego confirmó en el Sinaí en lo que comúnmente llamamos la ley de Moisés. Me refiero al diezmo y la circuncisión, por esta razón dice en Heb. 7 versos 5 y 9

"Ciertamente los que de entre los hijos de Leví recibieron el sacerdocio, (ellos), tienen mandamiento de tomar del pueblo los diezmos según la ley, es decir, de sus hermanos, aunque éstos, los levitas también hayan salido de los lomos de Abraham".

Verso 9 "y por decirlo así, en Abraham pagó el diezmo también Leví". Se ve claramente que la entrega de la ley a su pueblo terrenal, Israel, comenzó con el Padre de esa nación, Abraham.

A él le entregó esta distinción que habría de caracterizar a todos los Israelitas, el diezmo y la circuncisión.

Curiosamente los judaizantes de nuestros días, siempre están forzando las Escrituras para insertar en la iglesia, que está bajo la Gracia y no bajo la ley, las ordenanzas que fueron entregadas a Abraham y a su descendencia, es decir, a Israel, el pueblo terrenal de Dios.

Y más sorprendente resulta aún, que sólo insisten en aquello que significa beneficios materiales para sus líderes.

Por ejemplo, si hablan que hay que pagar también el diezmo en el período de la iglesia, ¿Por qué no dicen que también deben circuncidarse? Porque Abraham pagó el diezmo y se circuncidó. Y muy claramente se ve en Gn. 17 que el énfasis está principalmente en la circuncisión y no en el diezmo.

Si hablan que hay que celebrar la fiesta de las primicias en la iglesia ¿Por qué omiten las otras 6 festividades? Porque en Lv. 23 habla muy claramente que son 7 las fiestas solemnes.

También en el mismo capítulo dice que deben guardar el día Sábado, lo cual aclara que todo eso fue ordenado para la nación de Israel. Porque dice en Ex. Cap. 31 versos 13/14 y 17 dice que el Sábado fue dado "como señal entre Dios e Israel".

Algunos tratan de justificar el diezmo para la iglesia diciendo que el diezmo no corresponde a la ley, sino que fue entregada esta ordenanza a Abraham. Pero ya vimos que Abraham es el padre de la nación de Israel y que los Israelitas salieron de los lomos de Abraham, y en él , en sus lomos, pagó también el diezmo sus descendientes, los Israelitas.

Siguiendo con ese argumento tan acomodaticio de los judaizantes de hoy, tendríamos que admitir que es ilegítimo celebrar la fiesta de las primicias en la iglesia, porque esa, "como ellos mismo lo reconocen", corresponde a la ley. Si la iglesia no está bajo la ley, entonces ¿Por qué la celebran?

Decíamos que Dios se manifestó con Israel de un modo diferente que con su pueblo espiritual, la iglesia. El aspecto moral de Dios no ha cambiado, pero sí sus ordenanzas y trato con su iglesia, que es la esposa de Cristo, es muy especial y difiere de como lo hizo con Israel.

El más grande de los nacidos de mujer fue Juan el Bautista, dijo el Señor, pero el más pequeño de la iglesia ha recibido mayores bendiciones que él ¿Por qué? Porque ahora Dios no habita en templos hechos por manos de hombre, sino en nosotros.

1Cor. 3:16 ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Cuando Pablo estuvo en Atenas y vio el paganismo y los diversos templos que habían levantado a sus divinidades, les dijo: Hch. 17:22 "Varones atenienses, en todo observo que sois muy religiosos".

Y en el verso 24 "El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo".

En Hch 7:49 dice Dios: "El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies...¿Qué casa me edificaréis? Dice el Señor, ¿O cuál es el lugar de mi reposo? ¿No hizo mi mano todas estas cosas?".

El gran contraste que estremeció a Pablo y que repudió, fue que esos paganos pretendían agradar a sus divinidades con grandes templos, especialmente recordando que los cristianos que adoraban y servían al Dios verdadero se congregaban en las casas.

El corazón idolátrico de los paganos les impulsaba construir enormes templos, buscando lo majestuoso, lo imponente, con lo cual esperaban complacer a sus falsas divinidades.

Pablo sabía muy bien que el Señor Jesucristo, siendo Rey de reyes y Señor de señores, cuya gloria ni aún los cielos pueden contener; no escogió el palacio de un rey para venir a nacer, sino el modesto hogar de un carpintero.

No escogió una cuna de oro, sino un humilde pesebre, durante su ministerio terrenal no tuvo donde recostar su cabeza, murió en una cruz, y su cuerpo fue depositado en una tumba prestada.

Hoy en día, aquellos que impulsados por un corazón idólatra, igual que el de los atenienses, pretenden agradar a Dios con sus suntuosos templos y rodearse de grandes riquezas.

Uno de estos exponentes del evangelio de la prosperidad que apela a la codicia del hombre, razón por la cual resulta tan atrayente para muchos decía: "¿Para qué quiero yo el oro allá en el cielo?, es ahora que lo necesito".

Esta clase de personajes son los que han impulsado la construcción de grandes templos para satisfacer su ego, su vanidad se ve elevada a las nubes cuando el templo que ellos poseen es el más grande y lujoso de todos.

Esta manifestación de carnalidad es la que ha desatado una verdadera competencia entre ellos por llegar a poseer el templo más suntuoso. Pero ¿Es esto lo que agrada a Dios? ¿Es esto conforme al deseo y la voluntad del Señor, de aquél que nació en un pesebre y habitó en el hogar de un carpintero?

El dijo que ahora él no habita en templos hechos por manos de hombres, sino en nuestros corazones. Nosotros somos el verdadero templo de Dios aquí en la tierra, los creyentes redimidos en la sangre preciosa de Cristo, somos el templo de Dios y el Espíritu Santo mora en nosotros.

Entonces, ¿De dónde surgió la idea que los cristianos debemos reunirnos en suntuosos edificios para alabar a Dios? Más aún, considerando que los primeros cristianos estuvieron durante tres siglos reuniéndose únicamente en sus casas.

Sin ningún lugar a dudas, esa ha sido la mejor iglesia que registra la historia. No fue sino hasta el siglo IV cuando el emperador Constantino por un decreto real transformó todo su imperio en "cristiano" y luego, llamó a unirse a él a todos los líderes de su época.

No faltaron los vasallos que se le unieron y constituyeron toda una jerarquía eclesiástica, paralela a la de la Roma imperial, a quienes el emperador les entregó a su tuición grandes templos que originalmente estaban destinados a las diversas divinidades del imperio.

Transformándose el "cristianismo" en una religión más del imperio, tuvieron los que se comprometieron con él, todo el derecho de hacer uso de esos templos; aunque el emperador siguió siendo una divinidad más que todos sus súbditos debían continuar adorándole.

Esta prosperidad terrenal fue el inicio de la corrupción de la iglesia, aunque muchos cristianos fieles huyeron al desierto para radicarse allí aislándose para no ser influenciados por esta poderosa corriente apóstata. Es decir, junto con la apostasía y corrupción, nacieron por primera vez los grandes templos en el cristianismo, recién en el siglo IV.

Los términos "Catedrales y Capillas" siempre fueron de exclusividad de los católicos. Son vocablos acuñados por los romanistas, que interpretan muy bien su sistema jerárquico que los identifica, pero jamás pertenecieron a la iglesia evangélica, porque ésta no estaba constituida por una jerarquía eclesiástica como lamentablemente vemos ahora en todos aquellos que están siendo absorbidos por el ecumenismo que les presenta Roma, para atraerlos a su redil y al dominio del Papa.

La verdadera iglesia cristiana evangélica está fundamentada sobre la Roca que es Cristo, y acepta como única cabeza de la iglesia al Señor Jesucristo. El único vicario de él aquí en la tierra, es decir, el único que está en lugar del Señor, es el Espíritu Santo.

En la Biblia jamás se emplean términos como la iglesia "madre", tampoco se ve que una iglesia dependiera de otra. Cada una dependía directamente del Señor y de la dirección del Espíritu Santo. No existían iglesias que fueran más importantes que otras; todas son igualmente preciosas a los ojos de Dios, porque todas están constituidas por aquellos que Cristo compró con su preciosa sangre.

Dios ha puesto sobre cada iglesia local, ángeles para que la guarden, esa es su promesa. Donde "dos o tres estén congregados en mí nombre, allí estoy Yo en medio de ellos", promesa del Señor.

Cuando Pedro predicó en el día de Pentecostés se convirtieron como 3 mil personas y juntos perseveraban en el estudio de la Palabra, en la comunión unos con otros, en la cena del Señor y en las oraciones. Todo esto lo hacían sin tener los enormes templos que hoy vemos, sino que con sencillez de corazón, se reunían en las casas, y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.

Que el Señor ponga en nuestros corazones el deseo de volver a esa sencillez y amor verdadero de la iglesia primitiva, nos aleje del lujo y la pompa de la construcción de los grandes templos, especialmente si creemos sinceramente que Cristo viene pronto.

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