3.- EL LAVACRO o fuente de bronce, era lo que seguía
inmediatamente al altar del holocausto. Después del sacrificio, cuando el
pecador se identifica y apropia del sacrificio del verdadero Cordero de Dios,
viene la limpieza Ef.5:26 “habiéndola purificado en el lavamiento del
agua por la palabra”.
Todo pecador que ha gustado del
perdón eterno que Dios ofrece a través del sacrificio de Cristo, pasa a ser
además de hijo de Dios por medio del nuevo nacimiento, también: “sacerdote del
Dios Altísimo” Ap.1:6 “nos hizo reyes y
sacerdotes para Dios”.
El lavacro contenía agua, donde
todos los sacerdotes antes de ingresar al tabernáculo debían lavar sus manos y
sus pies; quitar la suciedad adherida por su caminar en este mundo.
Lo mismo acontece con el
cristiano. El día de su conversión fue lavado perpetuamente en la sangre
preciosa del Señor Jesucristo, pero debido a que el pecado continúa morando en
nosotros (Rm.7:20) y a consecuencia de nuestro caminar en el mundo (en el
trabajo – en el lugar en que vivimos, debemos escuchar y convivir con
inconversos), nos volvemos a ensuciar con lo que vemos, escuchamos y hasta con
lo que llegamos a pensar.
Dios en su Misericordia ha
provisto una fuente inagotable de aguas vivas, Su Palabra, para que por medio
de ella nos limpiemos antes de sentarnos a su mesa. Esa fue la lección gráfica y
objetiva que el Señor les dejó a sus discípulos antes que se sentaran a la mesa
con él. Jn.13:10 “El que está lavado,
no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio”. Jn.15:3 “Ya vosotros estáis limpios por la
palabra que os he hablado”.
En 1Cor.11 donde se encuentran las instrucciones sobre
la Cena del Señor, dice en el verso 28
“Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y como así del pan, y
beba de la copa”. Para acercarnos al
Señor, no basta con ser sacerdotes, debemos continuamente lavarnos por medio de
Su Palabra a través del Espíritu.