Salmos Nº7


Por Jack Fleming





















SALMO 7


Pidiendo vindicación.


Sigaión de David, que cantó a Jehová acerca de las palabras de Cus hijo de Benjamín.

"Jehová Dios mío, en ti he confiado; sálvame de todos los que me persiguen, y líbrame, no sea que desgarren mi alma cual león, y me destrocen sin que haya quien me libre.

Jehová Dios mío, si yo he hecho esto, si hay en mis manos iniquidad; si he dado mal pago al que estaba en paz conmigo (Antes he libertado al que sin causa era enemigo), persiga el enemigo mi alma, y alcáncela; huelle en tierra mi vida, y mi honra ponga en el polvo. Selah

Levántate, oh Jehová, en tu ira; álzate en contra de la furia de mis angustiadores, y despierta en favor mío el juicio que mandaste. Te rodeará congregación de pueblos, y sobre ella vuélvete a sentar en alto.

Jehová juzgará a los pueblos; júzgame, oh Jehová, conforme a mi justicia, y conforme a mi integridad.

Fenezca ahora la maldad de los inicuos, mas establece tú al justo; porque el Dios justo prueba la mente y el corazón. Mi escudo está en Dios, que salva a los rectos de corazón.

Dios es juez justo, y Dios está airado contra el impío todos los días. Si no se arrepiente, él afilará su espada; armado tiene ya su arco, y lo ha preparado.

Asimismo ha preparado armas de muerte, y ha labrado saetas ardientes. He aquí, el impío concibió maldad, se preñó de iniquidad, y dio a luz engaño.

Pozo ha cavado, y lo ha ahondado; y en el hoyo que hizo caerá. Su iniquidad volverá sobre su cabeza, y su agravio caerá sobre su propia coronilla.

Alabaré a Jehová conforme a su justicia, y cantaré al nombre de Jehová el Altísimo".



Este salmo de lamento y clamor, David lo inicia bajo el título de "Sigaión de David, que cantó a Jehová acerca de las palabras de Cus hijo de Benjamín". Cus era hijo de Benjamín, muchos estudiosos de la Biblia concuerdan que posiblemente era uno de los escuderos de Saúl enviado para matar a David.

El salmo está dirigido contra sus perseguidores, es decir, Saúl y sus agentes contratados para matar a David.

"Jehová Dios mío, en ti he confiado". En quién más podríamos depositar nuestra confianza. El necio deposita su confianza en sus riquezas, su posición social, amigos, en sus obras, en su organización religiosa o en la fuente turbia de la ciencia de los hombres.

Pero todo eso es comparado por el Señor, como el insensato que construye su casa sobre la arena y descendió la lluvia, vinieron ríos y soplaron vientos que dieron con ímpetu contra aquella casa, la cual cayó y fue grande su ruina. Sólo el que construye y deposita su fe en la Roca firme que es Cristo, podrá estar confiado aunque venga la tormenta.

"Sálvame de todos los que me persiguen, y líbrame". Fuerzas y potestades me sitiaron, líbrame del poder de todos los que me persiguen, líbrame del poder de la maldad de ellos, para que no cumplan el deseo que abrigan contra mí.

Señor, Tú eres mi Dios, quien está por sobre ellos. No he confiado en mis fuerzas, sino en tu poder, para que no desgarren mi alma cual león; levanta escudos a mí alrededor, protégeme del mal que desean contra mí.

David, quien había sido un hábil pastor, compara su actual peligro con el que acechaba a sus ovejas en el campo cuando estaban expuestas a los depredadores, fieras salvajes que sólo buscaban al acecho el momento oportuno para saltar sobre su presa.

Cuan indefenso se encontraba, que se compara seguramente con una de sus ovejas, que para poder sobrevivir dependía íntegramente de la habilidad y valor de su pastor. Con justa razón en el salmo 23 dice: "Jehová es mi Pastor". En nadie más puede confiar, sólo en Su poder logra descansar.

Hasta el verso cinco expone su inocencia y la injusticia de sus enemigos. Una vez más la Biblia nos muestra que sus fieles no están exentos de males y peligros.

Job es un ejemplo de esta realidad, es más, la Biblia nos muestra innumerables casos de creyentes, que a mayor fidelidad, mayores y con más furia son expuestos a los ataques fieros de Satanás y sus secuaces.

Esto es muy entendible, porque Satanás se preocupará de destruir principalmente a aquellos que mayor daño están realizando contra el reino de las tinieblas.

David acude a Dios para que lo defienda en este trance difícil de su vida. Eso es exactamente lo que debemos hacer cuando nos hayamos acosados por enemigos, o angustiados en las tribulaciones.

Es más, el Señor nos invita a hacerlo, Heb.4:16 "Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado".

Sí Señor, quiero beber de esa miel exquisita de tu gloria y misericordia, para depositar mis lágrimas que son para ti, como perlas que en medio del dolor ha procesado el especial molusco. Seguro estoy que las guardarás en la joyería celestial que competirán diáfanas entre el destello de las estrellas que adornan tu eterna morada, porque tú también Señor, has probado el acíbar de los dolores.

David no tenía en la tierra un tribunal al cual acudir, pero podía llegar con toda libertad al más alto que está en los cielos, ante el Juez Justo, a quién él llama su Dios.

Ante ese tribunal divino no comparecemos solos, tenemos un abogado que intercede por nosotros. 1Jn.2:1 "Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo".

Que consolador es saber que cuando acudimos al más alto tribunal, nos encontramos con el Juez Justo y tenemos a nuestro lado a Jesucristo, quien aboga por nosotros.

Allí David expuso su causa y un sopor de nostalgia se apoderó de él, presentó su inocencia y pidió el castigo para sus enemigos que le deseaban mal. Esta actitud era muy normal para aquellos que vivieron durante la dispensación de la ley, donde Dios mandaba el juicio inmediato por las transgresiones.

Pero ahora, en la dispensación de la gracia, el Señor nos manda algo completamente diferente.
Mt.5:38 "Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente.
Mat 5:43 Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo.
Mat 5:44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen".

El Señor con su autoridad divina cambia este precepto contemplado en la ley, porque él mismo lo expresó en Lc.16:16 "La ley fue hasta Juan el Bautista". Ahora se daba comienzo a una nueva dispensación, la de la gracia.

Pero esto no significa que aquellos que hacen mal durante este nuevo pacto, escaparán del juicio de Dios, sino que simplemente el Señor ha postergado el castigo para el día del gran juicio.

Por este motivo nos dice en:
Rom 12:19 "No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.
Rom 12:20 Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza.
Rom 12:21 No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal".

El Señor nos manda a no vengarnos por nosotros mismos. Antes fue dicho a los antiguos: "Ojo por ojo, diente por diente", ahora los cristianos debemos remitir la causa al que juzga justamente y no permitir que el rencor se anide en nuestros corazones, para que el mal no nos carcoma y podamos alabar con toda libertad a nuestro Señor con corazones limpios de resentimientos y rencores, para poder derramar en libación nuestro tenue perfume de nardo, donde cada palabra nuestra, cae en Su presencia como un suave pétalo de un rosal que deshoja el viento.

Esta fue la experiencia de David una vez que remitió su causa al Señor, pudo concluir este salmo con un corazón renovado, fortalecido y libre de amarguras que le afligían. Fue así que pudo prorrumpir en el último versículo: "Alabaré a Jehová conforme a su justicia, y cantaré al nombre de Jehová el Altísimo".

El corazón que ha sido liberado de rencor y temores, es el que puede remontarse libremente hasta las alturas donde mora el Dios de la gloria, desprender el dulce aroma exquisito de la alabanza que agrada al Señor, aquella que le entregó María a sus pies cuando su hermana estaba atareada con muchos quehaceres. Allí donde el péndulo del tiempo se detiene y todo es eternal, celestial.

En el salmo 84:2 dice: "Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová; mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo". Y en el salmo 100:4 agrega: "Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con alabanza; alabadle, bendecid su nombre".

Vemos en estos pasajes que debemos entrar a su presencia con acción de gracias, con corazones agradecidos y allí verter nuestro frasco de alabastro que llenará del grato perfume que deleita a nuestro Señor, incienso aromático muy apreciado por Él.

En Ap.8:3-4 describe una escena célica que nos revela cual es la apreciación de Dios respecto a nuestras oraciones, dice: "Otro ángel vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del trono. Y de la mano del ángel subió a la presencia de Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos".

Bien sabemos que en el Antiguo Testamento, cuando Dios se reveló a su pueblo terrenal, Israel, lo hizo por medio de figuras y símbolos, que eran sombras de la realidad misma de las cosas celestiales.

En ese tabernáculo terrenal que levantó Moisés en el desierto, los sacerdotes se acercaban al altar del incienso o altar de oro como también se llamaba, vertían el incienso con las especias aromáticas, y todo el tabernáculo se llenaba de la fragancia de ese incienso.

Pero ahora los creyentes de la iglesia, no solamente hemos sido constituidos en reyes para Dios, también somos sacerdotes del Altísimo. Nos acercamos no al tabernáculo hecho con manos de hombres, sino a la morada misma del Todopoderoso, ante la admiración de querubines y serafines.

Presentamos nuestra adoración en Su presencia, la cual es recibida por Dios, como un incienso aromático que percibe como olor fragante muy grato y delicioso, donde nuestras diáfanas palabras llegan hasta el altar del firmamento y dan su inefable aroma, porque están impregnadas de la fragancia de Cristo.

No olvidemos que el Señor no dice que busca trabajadores, ni cantores, ni diezmadores, sino que adoradores que le adoren en espíritu y en verdad. Que así sea, Amén.



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