Cadenas de esclavitud
























N° 94

Por Jack Fleming

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Jn.8: 31-36 "Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres".

Qué hermosa promesa nos ha dejado el Señor, nos ha prometido libertad de las pesadas cadenas de esclavitud que llevábamos cuando vivíamos en el mundo, sin conocer a Cristo ni su Santa Palabra.

Porque eso era exactamente lo que éramos, esclavos que teníamos que arrastrar pesadas cadenas que nuestro propio pecado y la ignominia de los hombres nos habían impuesto.

Muchos de los que hoy pueden decir con un corazón rebosante de gratitud porque un día el Señor los alcanzó y los liberó, provienen del oscuro y apestante pantano de la superstición del romanismo, donde se hundían cada día en un insondable mar de angustias y temores.

Caminaban por lúgrubes calabozos de superstición que únicamente traían aflicción y clavaban espinas ponzoñosas en su corazón, que nunca conocieron esta paz verdadera que el Señor otorga a todos los que llevaron sus cargas, no a un hombre, sino al único mediador que Dios ha dispuesto, al Cristo que murió en la cruenta cruz para quitar esa pesada carga que llevábamos.

Pero cuantos de éstos que fueron rescatados con mano poderosa de la esclavitud de Egipto, luego de conocer esa luz divina que los guía por el árido desierto de este mundo, al igual que los israelitas en su ondulante fe, sus corazones se han llenado nuevamente de contaminantes doctrinas, y gustan de beber de la venenosa copa de ignominias supersticiosas que reparte la madre de las Rameras a todos los que desean fornicar con ella.

Ap. 2:19-20 Yo conozco tus obras, y amor, y fe, y servicio, y tu paciencia, y que tus obras postreras son más que las primeras.
Pero tengo unas pocas cosas contra ti: que toleras que esa mujer Jezabel, que se dice profetisa, enseñe y seduzca a mis siervos a fornicar y a comer cosas sacrificadas a los ídolos.

Ap.17:1-6 "Ven acá, y te mostraré la sentencia contra la gran ramera, la que está sentada sobre muchas aguas; con la cual han fornicado los reyes de la tierra, y los moradores de la tierra se han embriagado con el vino de su fornicación.
La mujer estaba vestida de púrpura y escarlata (los colores eclesiásticos), y adornada de oro de piedras preciosas y de perlas, y tenía en la mano un cáliz de oro lleno de abominaciones y de la inmundicia de su fornicación; y en su frente un nombre escrito, un misterio: BABILONIA LA GRANDE, LA MADRE DE LAS RAMERAS Y DE LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA.
Vi a la mujer ebria de la sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús; y cuando la vi, quedé asombrado con gran asombro".

Horror y asombro invadió el corazón del apóstol cuando el ángel le mostró a esa mujer que se levantó con poderes eclesiásticos, que cabalgaba por todas las naciones montando sobre esa gran bestia terrible, contaminando con el cáliz de su inmundicia a todos los que quisieran alcanzar esas riquezas y beber las aguas impuras y venenosas que fluyen de la misma Roma.

Y vio que estaba ebria de la sangre de los santos y de la sangre de los mártires de Jesús, de sus hermanos en la fe, aquellos que caminaron hasta el centro del circo romano para ser devorados por las bestias, y de todos esos santos hombres de Dios que ardieron como antorchas en los crueles siglos de la "Santa Inquisición", para iluminarnos el camino de la salvación por gracia y liberarnos de las cadenas de superstición a las que estábamos atados.

Curiosamente aquí, en las Biblias católicas donde añaden además la interpretación oficial de su iglesia, los romanistas dicen respecto a esta Babilonia, que en su tipología lingüística corresponde a la actual Roma, porque ésta es la ciudad asentada sobre siete colinas.

Por ejemplo, versión católica Nueva Jerusalén página 1782 en la explicación oficial que aparece al pié de este pasaje de Ap.17: 5 sobre "BABILONIA LA GRANDE, LA MADRE DE LAS RAMERAS Y DE LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA y la bestia terrible que tiene siete cabezas", dice: "Las siete cabezas son las siete colinas de Roma". Y en la página anterior entregan la misma interpretación sobre Ap.15: 5, dice: "Babilonia = Roma".

¿Cómo puede ser posible que aquellos que una vez gustaron la gracia divina del evangelio, y recibieron el gozo de la salvación eterna que Dios entrega gratuitamente a todo aquel que recibe al Señor Jesucristo como a su Salvador personal, puedan aceptar nuevamente cadenas de esclavitud?

Esta trama ha sido posible únicamente gracias a aquellos pastores que están fornicando con la Gran Ramera y recibido del infierno su misión para destruir. Por avaricia han arrojado en el corazón de sus congregaciones el fango de sus iniquidades, para volver a esclavizar a aquellos que habían huido del foso de perdición.

Satanás sabe que el arma más poderosa que Dios ha entregado a Sus hijos aquí en la tierra es Su Santa Palabra, por ésta razón es su empeño obcecado para destruirla.

Pero ni todos los concilios y Papas que la han prohibido y condenado a las hogueras públicas para atemorizar a los hijos de Dios durante siglos, han podido anular ese edicto divino que el Señor Jesucristo proclamó: Mar 13:31 "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán".

Cuando el enemigo de las almas vio que por cada gota derramada por los mártires de Jesús, nacían cientos de otros fieles creyentes, entonces pasó de la persecución abierta y brutal, a la persecución furtiva y sinuosa.

Fue entonces que levantó a estos personajes que se disfrazan como mensajeros de Dios, muchos de los cuales aseguran haber visitado el infierno, lo cual no debería sorprendernos, porque han bebido de las aguas impuras y venenosas que fluyen desde la morada misma de Satanás, para enseñar las doctrinas y aberraciones que presentan a sus congregaciones.

Seguramente que esto fue lo que horrorizó al apóstol Juan cuando recibió esa revelación de la Gran Ramera y de aquellos que han fornicado con ella. Aunque sabía que esto habría de suceder como lo había advertido el Señor en Su Palabra.

Hch. 20:29-30 "Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos".

1Tim 4:1 "Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios".

Jud 1:12 "Estos son manchas en vuestros ágapes, que comiendo impúdicamente con vosotros se apacientan a sí mismos; nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados".

2Pd. 2:3 "y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas".

Estos son los instrumentos que hoy utiliza con gran éxito Satanás para destruir a aquellos que habían escapado de las cadenas del romanismo. Y con gran desvergüenza e impudicia estuvieron durante años arrebatando de las manos del pueblo de Dios, esa espada eficaz y certera que el Señor les había entregado, la Santa Biblia, que costó la sangre de tantos mártires para que llegara en forma masiva a los cristianos y formara parte de su atuendo diario.

Porque estos hombres malvados fueron los que enseñaron y predicaron durante años, esa famosa frase que se acuñó en el mismo infierno: "No lea la Biblia, porque la letra mata". Satanás sabe que un cristiano con su Biblia es un enemigo temible, así que ha hecho lo imposible para desarmar a los hijos de Dios.

El Señor nos ha dicho en Su Palabra.
Ef. 6:11-17 "Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes.

Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios".

Estos líderes inescrupulosos y mensajeros del infierno, han desarmado a los cristianos de las iglesias evangélicas, los han despojado de esa arma poderosa que Dios les ha provisto, la Santa Palabra, y literalmente los han desnudado, robándoles esa armadura que el Señor les había entregado y todas sus riquezas para revestir de oro a los nuevos ídolos que han levantado en sus iglesias.

Qué espectáculo más triste entregan a toda la creación de Dios, que hasta los ángeles del cielo lloran por ellos al verlos despojados de la armadura que el Señor les entregó, y en esa condición de desnudos y ultrajados, los exhiben saltando y aplaudiendo a sus nuevos "señores" ante el mundo que no logra comprender suprema insensatez.

El Señor ha dicho que la vida victoriosa del cristiano se obtiene permaneciendo en Su Palabra, porque Su Palabra es verdad. Nos ha exhortado de la forma más enfática que escudriñemos las Escrituras, porque en ella encontraremos el alimento no contaminado para nuestro crecimiento espiritual, allí está la luz que cual faro puede guiar nuestra embarcación a lugar seguro aún en medio de la tempestad.

Pero el creyente de nuestros días ha escogido seguir la voz de los hombres antes que la de Dios. Han preferido escuchar ese consejo que fue concebido en el infierno: "No lea la Biblia, porque la letra mata".

Y una vez que fueron despojados de su espada, el resto ha sido una consecuencia lógica de un pueblo que se entregó en manos de su enemigo. Los han envuelto con sus tentáculos para someterlos a sus caprichos y ambiciones.

Para mantenerlos bajo control debieron hacer lo mismo que hizo Roma en la antigüedad, fomentar la ignorancia de la Palabra de Dios y cambiar aquello que el Señor ha dicho que debía abundar en nuestros corazones, la Santa Biblia, y la han remplazado por la levadura del mundo, testimonios y experiencias, donde cada cual compite para lucirse narrando la más insólita y extraordinaria.

Muchos son los que se gozan, con una aureola de morbosidad en sus rostros, relatando con detalle minucioso sus travesías por aquellos caminos oscuros y malolientes del pecado. Y si pueden decir que estuvieron en la cárcel por alguno de esos delitos, pareciera que se hacen acreedores a una medalla de oro muy especial otorgada por los demonios.

Mantienen a sus congregaciones intoxicadas de espectáculos carnales, donde los nuevos ídolos que han revestido de oro son los falsos profetas, sopladores y curanderos, quienes los hacen saltar al ritmo frenético de las baterías e instrumentos musicales.

Pero al igual que cuando un vehículo sin freno queda en una pendiente, al principio su descenso es casi imperceptible, luego su velocidad de deslizamiento toma gran fuerza; de igual manera esas multitudes se precipitan al abismo de la necedad y el desatino más incomprensible que la mente humana pueda imaginar.

Para canalizar esa fuerza y mantener su cohesión, han debido recurrir a las cadenas de temor que impone la superstición. Han atado y atemorizado a sus congregaciones con las historias más absurdas e insólitas, que siempre están fomentando y alimentando, para mantener vivo el fuego de la ignorancia y el temor sumiso que los ha elevado al pedestal en que se encuentran el día de hoy.

Si alguien enferma, pierde su trabajo o cualquier mal que es normal en la vida cotidiana de todo ser, ellos lo atribuyen como consecuencia de no estar al día con el diezmo. Con las cadenas más fuertes de la superstición han atado ese engaño moderno del diezmo, que es con el cual están saqueando y despojando al pueblo de Dios, cuando el Señor ha ordenado claramente para la iglesia 2Co 9:7 "Cada uno dé como propuso en su corazón".

Acusan a aquellos que no le entreguen ese dinero, que le están robando a Dios, y como siempre están recordándoles que los ladrones no entrarán en el reino de los cielos, están diciendo literalmente que se irán al infierno si no les pagan el diezmo de todo lo que ganan.

Toda iglesia que cobra el diezmo, no solamente está en desobediencia a lo que Dios ha dispuesto para el mantenimiento de Su obra y ha caído en la práctica que ha corrompido a las iglesias modernas, que compiten entre ellas para hacer crecer sus congregaciones y así asegurarse mayores ingresos. Porque no trabajan para ganar almas para el Señor; sino que están degradando el evangelio santo de Dios, porque están presentando un dios que está más interesado en el dinero de las personas que en la salvación de sus almas.

Con ese propósito profano han incorporado en sus reuniones espectáculos que atraen multitudes, mucha música y entretenciones del mundo, historias de cómo ellos han ido a pasear al infierno y otras donde cada uno compite por presentar la más extraordinaria que proviene de su fértil y contaminada imaginación. Porque mientras más crecen sus congregaciones, más crecen sus cuentas en el banco.

El Señor ha dicho que lo que debe abundar, no es la música ni las historias, o los espectáculos de los sopladores y curanderos, sino que Su Palabra; pero bien sabemos que la gran ausente es la Palabra de Dios, que ha sido suplantada por la palabra del señor Pérez o señor González.

Y si algún cándido hermano destinara el dinero del diezmo para ayudar a algún necesitado que el Señor le ponga por delante, éste será severamente reprendido por el pastor por haber hecho algo tan absurdo y no entregarle ese dinero "santo" a él.

Por esta misma razón también han encadenado a toda la congregación para que ninguno piense en ese "pecado" irracional de abandonar la congregación. Porque si alguien decide salir de esa iglesia e irse a otro lugar más decente, no faltaran las historias de hermanos que lo vieron en una condición muy penosa como consecuencia de ese "pecado". Y si ese pobre desdichado se enferma, los hermanos "piadosos" que lo visiten, le harán ver inmediatamente que es a consecuencia de su condición de rebeldía.

Ahora, si después de esas presiones sicológicas y de haber oprimido las cadenas de la superstición hasta ahogar a su víctima, esa persona decide regresar, entonces el tal, habiendo pasado el proceso natural de su recuperación y su salud fue restablecida, tendrá un diploma muy especial para exhibir en la pasarela de los que desfilan por esas plataformas, donde arrastran las más pesadas cadenas que la superstición les puede imponer, para esclavizar y someter incondicionalmente bajo las ordenes de sus líderes.

Podrá decir con mucho orgullo que se enfermó porque abandonó la iglesia, y que cuando regresó su salud fue restaurada. Aunque el mismo apóstol Pablo dijo: 2Co 11:29 "¿Quién enferma, y yo no enfermo?"

Cuan triste es el pantano de la esclavitud en que se hunde cada día más la cristiandad contemporánea a consecuencias de haber abandonado la Palabra de Dios, para cambiarla por la palabra de los hombres que los han encadenado a las más pérfidas ignominias de la superstición, para poder dominarlas y despojarlas sin misericordia hasta de los recursos más esenciales y modestos que poseen.

Con cuanta fuerza resuena la voz del Salvador que nos dice en Su Palabra: Gal 5:1 "Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud".

Pueblo de Dios, volved a empuñad tu espada y vestíos de toda la armadura que el Señor os ha provisto, para estar firmes contra las arremetidas del enemigo y no os dejéis engañar por los embaucadores, que no son otra cosa que instrumentos del maligno.

2Co 11:15 "Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras".
2Pd. 2:18 "Pues hablando palabras infladas y vanas, seducen con concupiscencias de la carne y disoluciones a los que verdaderamente habían huido de los que viven en error".

Que el Señor tenga misericordia de Su pueblo, porque el espíritu de iniquidad está en plena acción en nuestros días. El enemigo se ha instalado en lo que debería ser la casa de Dios.

Esforzaos todos vosotros los que esperáis en el Señor, y tome aliento vuestro corazón, porque la meta está muy próxima. Cristo viene pronto, Amén; sí, ven, Señor Jesús.

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