Solemnidad en Su presencia












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N° 8

Por Jack Fleming

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Eclesiastés 5: 1-2 Cuando fueres a la casa de Dios, guarda tu pie; y acércate más para oír que para ofrecer el sacrificio de los necios; porque no saben que hacen mal. No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios; porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras

En el Antiguo Testamento, la casa de Dios se refiere al templo, pero cuando en el Nuevo Testamento habla de “la casa de Dios” es la iglesia, 1Tm.3:15 “sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente”.

En Eclesiastés nos dice: “guarda tu pie, y acércate más para oír que para ofrecer el sacrificio de los necios”.  Guardar su pie y acercarse en silencio, con suma reverencia, difiere absolutamente de la costumbre de aquellos que no conocen realmente al Dios de la Biblia, porque no existe relación alguna con lo que Dios manda, con la práctica irreverente de saltar y gritar en la casa de Dios.

El silencio siempre se relaciona en la Biblia con la solemnidad y la completa conciencia de estar en la presencia misma del Dios de la Gloria, ante quien hasta los querubines se cubren en Su presencia.

En Ap.8:1 nos habla que aún en el cielo se hizo un silencio completo como por media hora, como preámbulo de algo muy solemne que precedería.

El mismo apóstol Juan, escribiente humano de ese libro del Apocalipsis, cuando tuvo plena conciencia que estaba ante la presencia del Señor de la Gloria, dice en Ap.1:17  “caí como muerto a sus pies”. No cayó con convulsiones retorciéndose angustiosamente en el suelo, ni se puso a saltar o gritar frenéticamente; muy por el contrario, cae reverentemente a los pies del Señor.

Lo mismo vemos cuando a la mesa del Señor le adoraba quietamente y en silencio, recostado sobre su pecho en una actitud de amor profundo. Esta es una reacción similar a la de María (hna. de Marta) cuando estuvo recostada a los pies del Señor sin proferir palabra alguna que interrumpiera su adoración,  cuando estaba embelesada bebiendo cada palabra que escuchaba de su Señor. Hubiera sido algo muy fuera de lugar  que ella, en vez de esa actitud reverente, propia de su estatura espiritual, se hubiera puesto a saltar y a interrumpir con gritos de “Aleluya”  “Gloria a Dios” o gritos de júbilo como hoy llaman a ese alboroto irreverente propio de un concierto Rock o de un encuentro deportivo en un estadio. Es seguro que si ella hubiera reaccionado de esa manera, los apóstoles la hubieran hecho callar para impedir ese desorden inoportuno.

Cuando hay plena conciencia que estamos en la presencia misma del Dios de la Gloria ¿quién se atrevería a romper ese silencio mágico? Cuando se ha logrado esa comunión verdadera en el espíritu ¿quién osaría pronunciar palabra alguna?  Y menos aún  ¿gritar en su presencia? Solamente uno que ignore en qué lugar se encuentra. Uno que desconoce cuál es la verdadera comunión en el espíritu con el Señor y que solamente se deja guiar por sus emociones, que están alojadas en su alma como las de cualquier inconverso, pero que desconoce lo que es tener comunión en el espíritu con el Dios de la Gloria.

El inconverso puede emocionarse hasta perder los sentidos, puede saltar, gritar y hasta desmayarse ante sus ídolos de la canción, en un encuentro deportivo o hasta en una iglesia donde explotan las emociones; pero nunca podrá profundizar hasta el espíritu, porque eso lo hace solamente el Espíritu Santo en aquellos que lo poseen. Es lo que vemos inclusive en aquellos que están involucrados en la hechicería y magia negra como el vudú, también ellos entran en transes idiotizantes hasta caer en ataques de histeria provocados por la música estridente y el ambiente hipnotisante de gritos, aplausos y saltos, que son tan propios de todos aquellos que explotan las emociones que se encuentran en el alma, pero que por carecer del Espíritu Santo, jamás pueden disfrutar del gozo que encontró en el espíritu el apóstol Juan a los pies del Señor.

Pero tú, dice el Señor: “guarda tu pie” esto significa que un verdadero hijo de Dios, que está disfrutando de la comunión en el espíritu con su Señor, no debe expresarse saltando, ni siguiendo el ritmo de la música del mundo que han introducido en las iglesias, ni contornearse al ritmo de la música del mundo: “guarda tu pie” y también guarda tu boca, porque dice Dios que en su casa NO QUIERE que te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra. Los carnales que ignoran cual es la verdadera adoración en el espíritu, se escandalizan y reprochan airadamente: “en este lugar frenan la libertad del espíritu”. Pero ¿de cual espíritu están hablando? Por cierto que no es del Espíritu Santo que corresponde al Dios de orden.

Ellos reprochan que aquí frenamos todo espíritu de desorden, y tienen razón, porque en la casa de Dios, que es Dios de orden, no queremos desorden, y deseamos someternos a lo que al Señor le agrada, no a lo que las mayorías que vienen del mundo quieren.

Sabemos lo que el Señor quiere en Su casa y eso nos basta: “guarda tu pie” no vengas a saltar ni a bailar aquí. “Guarda tu boca y no te apresures a gritar “glorias a Dios”, ni otras expresiones clichés que aprendiste con los Pentecostáles, porque esas interrupciones inoportunas solamente vienen a contradecir lo que Dios quiere en Su casa, a romper la solemnidad y a distraer la verdadera adoración en el espíritu.

No existe nadie más espiritual que el Señor Jesucristo, y ¿cuándo vemos que el Señor se expresara saltando, aplaudiendo o dando gritos de júbilo? Cuando decimos estas cosas con la claridad que lo enseña la Biblia, estos que se guían por sus emociones que están impregnadas de las cosas del mundo, rechinan sus dientes, y en vez de aceptar lo que el Señor manda en Su Palabra, alegan airadamente y repiten frases que los líderes de esas iglesias saturadas de las modas del mundo les han enseñado, repiten sin argumento bíblico alguno: “Estas son iglesias muertas”.

Pero aunque el mundo sostenga eso, nosotros preferimos obedecer al Señor antes que a ellos: “Cuando fueres a la casa de Dios, guarda tu pie; y acércate más para oír que para ofrecer el sacrificio de los necios; porque no saben que hacen mal. No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios”. Si leyera este pasaje en una iglesia Pentecostal, estoy seguro que nadie diría “Amén”, pero en cambio si dijera la cosa más absurda, como por ejemplo: “Satanás vendrá y se llevará a todos los creyentes que hoy no vinieron a la iglesia”, entonces toda la congregación gritaría: “Amén”, que significa: “Así sea”.

Ellos definen como iglesias vivas a aquellas donde saltan, aplauden y gritan, pero a las que se conducen con el orden y la reverencia que Dios quiere, las llaman iglesias muertas. Pero el Señor a los tales llama “necios”, porque ni tan siquiera saben que hacen mal.

Si ser muertos, significa disfrutar quieta y silenciosamente de una adoración profunda como lo hizo María, la hna. de Marta, a los pies del Señor, entonces queremos ser “muertos”. Eso es infinitamente superior a la embriaguez emocional pasajera que disfrutan los imitadores de los profetas de Baal, que para expresarse, necesitaban largas horas de música rítmica, saltos y gritos frenéticos, para lograr ese éxtasis momentáneo que dura solamente cuando están en ese lugar con ese ambiente. Por ese motivo cuando regresan a sus hogares vuelven a ser las mismas personas amargadas o iracundas de siempre, porque eso no puede cambiar sus vidas, solamente el Espíritu Santo podría hacer esa obra.

Los apóstoles siempre andaban con el Señor, y cuando él iba a hablar, NUNCA leemos que lo presentaran como un ídolo de Hollywood, ni que pidieran “un aplauso para el Señor”. El solo intentar imaginarnos eso, resulta altamente irreverente; pero esas son las astucias que emplean estos showman para elevar las emociones hasta un estado idiotizante, donde puedan vaciarle los bolsillos sin que la gente se moleste. Y cuando han alcanzado esa embriaguez emocional colectiva, todos están dispuestos a entregarles hasta su última moneda.

Con justa razón el Señor define a la iglesia de los últimos tiempos, como una iglesia que es tibia (aunque estén todos transpirando por el calor corporal de sus saltos, grito y aplausos). Dice el Señor en Ap.3:15-17 “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y de ninguna cosa tengo necesidad (ahora somos una iglesia poderosa y respetada por el mundo); y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”.

En una iglesia tal, no podría estar el Señor en medio de ella, por este motivo añade en el verso 20 que él está a la puerta, afuera, llamando para que lo dejen entrar.

Dice el Señor que cuando estemos en su casa “no te des prisa con tu boca” Y todos los que han pasado por esas iglesias han sido testigos como el frenesí, la imitación y la costumbre les lleva a repetir mecánicamente “Amén” por cualquier cosa, que significa “Así sea”. Un fogoso predicador les puede decir: “ustedes se perderán en las llamas del infierno”, y siempre varios gritarán “amén”. Si eso no es una estupidez ¿qué otro nombre podría recibir? El Señor los llama “necios”.

Debo también precisar que me estoy refiriendo a esos gritos que insistentemente y en forma mecánica se repiten majaderamente, interrumpiendo sin permitir escuchar claramente el mensaje. Porque dice la Palabra del Señor 1Cor.14:16 “el que ocupa lugar de simple oyente ¿cómo dirá el Amén a tu acción de gracias? Pues no sabe lo que has dicho”.

Es verdad que en este pasaje se refiere a la oración, pero el mismo principio se aplica a la predicación. Se tiene que saber lo que un hno. ha dicho, y si en forma insistente varias personas están gritando, interrumpiendo, finalmente nadie podrá entender lo que se ha dicho. Obviamente que no estoy objetando cuando un hno., con un corazón rebozante por lo que está escuchando, dice Amén o Aleluya de un modo prudente, sin ser obstáculo para que los demás puedan seguir escuchando el mensaje. Debe mantenerse un punto de equilibrio y tolerancia que lo determina el orden que debe existir en la casa de Dios.

Nuestro pasaje de Eclesiastés 5 dice: “No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios”. Este es el principio básico de cómo debe ser nuestra conducta en la casa de Dios, ser cuidadosos con nuestra boca, ni apresurarnos en nuestros corazones a proferir palabra delante de Dios”.

Que el Señor nos dé sabiduría y sumisión a Su Palabra para comprender que ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán en espíritu y en verdad, y no con palabras (y menos con gritos), que muchas veces se repiten mecánicamente por la presión social, tradición o por costumbre, que pueden definirse como vanas repeticiones que Dios condena.

Que así sea, MARANATHA

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